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03 diciembre, 2010

A la sombra de Narciso

La expresión de fastidio,
la mirada perdida,
y mientras, mis oídos muy atentos,
por si en alguna frase se le escapa un trocito de ternura que evidencie afectos,
esos que se juran sentir agarrados de manos,
pero no llegan más allá de los labios y las ganas.

Quizás pensaba en aquellos días,
cuando verlo mostrar su colorido,
cual galante pavo real, era motivo de mis suspiros.
Ojitos aguados y el pecho henchido del orgullo de serle parte,
no me hubieras reconocido a su lado,
porque con el tiempo se fueron desgastando los impulsos de volar,
asustados detrás de la timidez
y esa sensación siempre presente de no ser lo suficiente;
apropiada guarnición que no representa más que compañía.

El rostro cansado,
otros planes más que no se materializaron esa tarde,
otra oportunidad para empolvarme el brillo y las alas.
Yo, enajenada de su egocentrismo,
modelaba feliz mi sombrerito de primera dama,
siempre de su brazo, para evitar confusiones; no se necesitaba nada más.

Siempre callada, sin nada que decir
y ni que fuera necesario,
pues Narciso no precisaba de mis ideas,
no interesaba de historias, de mis afectos, de mi.
Narciso era su propio país.

Ahora lejos, lo siegue siendo,
sólo que ahora me inspira lastima, ese muchacho tan presumido
sólo en las noches, exasperado bajo la luna, se ve llorar.

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